Solo había un poco de pan ya roído por las ratas, mientras que el joven Arthur agonizaba muriendo lentamente de hambre, su madre lo acariciaba suavemente, y le susurraba a los oídos: duerme, duerme tesoro, que la muerte desde ahora será tu madre, te arrullara noches enteras en los hermosos sepulcros alumbrado por la luna, y entre olor fétido de los cadáveres tu presencia será por siempre santificada.
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